Lectora, ahora eres leída. Tu cuerpo se ve
sometido a una lectura sistemática, a través de canales de información táctiles,
visuales, del olfato, y no sin intervención de las papilas gustativas. También
el oído desempeña su papel, atento a tus jadeos y a tus trinos. No sólo el
cuerpo es en ti objeto de lectura: el cuerpo importa en cuanto parte de un
conjunto de elementos complicados, no todos visibles y no todos presentes, pero
que se manifiestan en acontecimientos visibles e inmediatos: el nublarse de tus
ojos, la risa, las palabras que dices, el modo de recoger y esparcir tus
cabellos, tu tomar la iniciativa o tu retraerte, y todas las señales que están
en el límite entre tú y los usos y costumbres y la memoria y la prehistoria y la
moda, todos los códigos, todos los pobres alfabetos mediante los cuales un ser
humano cree en ciertos momentos estar leyendo a otro ser humano.

Y también tú entre tanto eres objeto de lectura, oh, Lectora: la Lectora, ora pasa revista
a tu cuerpo como recorriendo el índice de capítulos, ora lo consulta como
asaltada por curiosidades rápidas y concretas, ora se demora interrogándolo y
dejando que le llegue una muda respuesta, como si cada inspección parcial sólo
le interesara con vistas a un reconocimiento espacial más vasto. Ora se fija en
detalles insignificantes, a lo mejor pequeños defectos estilísticos, por
ejemplo, el modo que tienes de hundir la cabeza en la concavidad de su cuello.
Ora, en cambio el detalle descubierto incidentalmente es valorado sobre medida,
por ejemplo, un especial mordisco tuyo en su hombro, y, desde ese punto de
partida, ella toma impulso, recorre (recorréis juntos) páginas y páginas de cabo
a rabo sin saltar una coma.



Ítalo Calvino,
Si una noche de invierno un viajero