Al otro día de ese peculiar encuentro le escribí, entre otras cosas “Hola, ¿cómo llegaste anoche? Espero que sin problemas. Yo, a nivel viaje, re tranqui, pero no puede dejar de repetirme la acreditación del premio "Autista del año". Lo admito, soy una boluda a cuerda... no se por que me cuesta tanto hablarte. Bah, si, un poco lo se... pánico escénico: Me pongo muy nerviosa y me paralizo. Lo cual es una boludez, porque me siento tan bien con vos del otro lado de la mesa (para defender lo indefendible, esto es algo que me ha pasado y con el tiempo supero).”
No sé si sabrás, amor, pero tengo en la billetera la faja de papel madera del alfajor de frambuesa barilochense que me regalaste ese día.
Después, no sé muy bien por qué, pasaron varios días hasta que nos volvimos a ver: La primera vez que nos vimos fue un 29 de mayo, la segunda, un 13 de junio (acá creo que pasó tiempo porque Paula no se decidía a verme de nuevo, pero ella seguro lo niegue, aunque si recuerdo varias salidas frustradas a causa de tormentas y exámenes) y luego recién el 24 de junio, un sábado, cuando ella me invitó a salir, así, un poco más formalmente. Sinceramente no nos queda todavía muy claro por qué justo ESE sábado, vísperas de mi cumpleaños.
Me invitó a que tomáramos algo en Casa Brandon (me pregunto cuantas “primeras citas” habrán habido allí…), así que hacia aquel lugar me encaminé y a las 8 pm nos encontramos, por tercera vez en nuestras vidas: La idea era tomar algo, ella me dio un regalo de cumpleaños por adelantado, con la condición de que no lo abra sino hasta pasadas las 12, y nos volvernos temprano, cual cenicientas, para evitar engorros trasnporteriles. Además yo tenía gente en casa al mediodía y tenía mucho que hacer.
El asunto es que charla va, charla viene, las ganas de besarla eran cada vez más fuertes y nada, che, la señorita parecía que no iba a hacerme ese favor ¿pueden creer? Porque por algún motivo estaba implícito que ella iba a dar el primer paso. Yo ya no sabía que pensar, estaba todo lo cerca de ella que podía, mesa de por medio (juro que casi me tiro encima de la mesa, con tal de que me bese); le había regalado mi mano derecha, le dije que se la quede, que desde ese momento era de ella. Hasta que en un momento, un bendito momento, por cuestiones del destino (y de que se había llenado el lugar a pleno), quedamos en un rinconcito, una al lado de la otra, entonces Paula aprovechó, se acercó todavía un poco más y me dio uno de los besos más hermosos que jamás me hayan dado.
Fue como volver a respirar, después de tanta espera, de tanto deseo contenido, de tanta expectativa. Y así un rato y dos y tres… hasta que se me ocurrió mirar la hora y ¡eran casi las 2 de la mañana! Chau, no más trenes, ni nada. Y bueno, tuvimos que hacer el “esfuerzo” y quedarnos en los tan cómodos sillones de la Casa, disfrutando de besos y mimos, hasta que nos echaron porque tenían que cerrar. Por suerte descubrimos un colectivo que nos dejara a ambas en nuestras respectivas estaciones de tren y lo esperamos en esa madrugada fría y lluviosa, de la mano (nunca más la pude soltar, además, ella es la dueña de mi mano derecha) y con besitos revoloteando de aquí para allá.
(¿¿Debo aclarar que me pasé todo mi cumpleaños con la cabeza en cualquier parte menos en mi casa y con mi familia??)