Yo creo en el karma, estoy convencida de que todo lo que va, vuelve. Así que fue así como el destino se tomó revancha y, por problemas de logística y transporte, llegué 1, si ¡U N A hora tarde! Dios mío, que vergüenza. Entré ya suponiendo que no iba a estar, que se había ido, pero, para mi muy grata sorpresa, ella estaba todavía ahí, esperándome. Me dijo que como ella llegaba tarde a todos lados, tenía también la costumbre de esperar pacientemente a los demás (ese palazo lo sentí directo en la nuca, je).
Acá si, no se tampoco por qué, me agarró el nerviosismo número 2, es decir, me quedé muda, muda, muda, al punto de ganarme el mote, merecidísimo, he de decir, de “loro autista”.
Paula se despachó con un “me gustás”*, así sin anestesia, y yo, que si antes estaba muda, después de eso me convertí en momia. Claro que me moría de ganas de saltar sobre la mesa y matarla a besos, pero nada, che, no se me movían ni las pestañas.
Lo bueno es que mi mudez me permitió observar muchos detalles de ella, como la manera de abrir los sobrecitos de azúcar o la forma de apoyar la cucharita luego de revolver el café. El modo en que se acomoda el pelo o su estilo de mirarme sin mirar, pero mirando intensamente. Estuvimos una cuantas horas, café de por medio, ‘no hablando’, puesto que a ella le había quedado la impresión de la otra vez y se sentía intimidada.
Antes de que suenen las campanadas y la carroza se convierta en calabaza y yo vuelva a ser sapo, emprendimos la retirada. Muy gentilmente me acompañó hasta la parada del 5, colectivo fastidioso si los hay, porque ¡llegó en 2 segundos! No hubo tiempo para nada más que un chau, nos hablamos… Muy floja yo de no dejar pasar a ese, total, pasan cada 5 minutos. Pero bueno, mi estado mental semi funcionante siempre me juega en contra y me fui, sin más.
¿Les dije que me moría de ganas de besarla, no? Ella también. Pero tampoco hizo nada al respecto, por lo que se cumple, una vez más, el dicho “siempre hay un roto para un descocido”.
Me pasé todo el viaje de vuelta a mi casa dándome la cabeza contra la pared diciéndome “no puedo ser tan tarada, no puedo ser tan tarada”. Así, la hora de viaje que tengo hasta mi casa desde el centro.
* Les juro que ella me lo recordó hace poco, yo no lo tengo muy registrado, tuve toda la noche el cerebro cuasi nublado.
Acá si, no se tampoco por qué, me agarró el nerviosismo número 2, es decir, me quedé muda, muda, muda, al punto de ganarme el mote, merecidísimo, he de decir, de “loro autista”.
* Les juro que ella me lo recordó hace poco, yo no lo tengo muy registrado, tuve toda la noche el cerebro cuasi nublado.