Durante el trayecto del tren, pensé en todas las opciones posibles: desde que le había pasado algo, que se había olvidado en dónde habíamos quedado, que se había olvidado, lisa y llanamente e incluso que había llegado, me había visto y se había ido (si, soy fatalista, que se le va a hacer).
Llegué a mi casa triste e intrigada por saber qué paso. Me conecto y aparece ella en el msn y me dijo que había ido, que había llegado tarde (bastante tarde) y que yo ya me había ido. Claro, ¿cómo podía adivinar yo, a esas alturas, que la señorita tiene un problema casi fisiológico de impuntualidad? A partir de ese momento hice un mea culpa y asumí que mi impaciencia muchas veces raya lo intolerante, así que decidimos vernos de nuevo. Más bien, decidimos de nuevo vernos, porque no nos habíamos visto nada hasta ese entonces.
Como la primera era viernes, decidimos vernos el lunes siguiente. Ella el sábado tenía ya programada una salida y yo tenía el cumpleaños de mi hermano. También quedamos en vernos en el mismo lugar, Las Violetas.
Yo salí de la facultad con un poco más de tranquilidad. Tranquilidad en cuanto al horario, no en cuanto a verla, porque en ese sentido estaba hecha un nudo. Así que caminé hasta la confitería y cuando llegué, alguien se me acercó y me preguntó “¿vos sos La Oveja*?”. ¡Había llegado temprano!
Entramos, por la puerta que está sobre Rivadavia, que, en ese entonces y sin la ley 1799**, daba directo al sector no fumador. Nos estábamos por sentar y como ella estaba fumando (tenía fumado menos de ½ cigarrillo), vino un mozo a decirnos que ese era el sector no fumador, que, si queríamos, pasáramos hacia el otro, pero yo, antes de que ella pueda decir ni mu, lo miré y le dije, “no, total ella ya lo apaga”. Claro, se me quedó mirando como si viera un extraterrestre o como si de golpe hubiese empezado a hablar en arameo, más cuando el mozo trajo el cenicero y ella no tuvo más remedio que apagarlo, puesto a que ya me había sentado. ¡Vaya atrevimiento el mío para con alguien que no conocía!
Debo aclararles que cuando me pongo nerviosa me pueden suceder dos cosas, muy contradictorias entre sí: o hablo sin parar, como loro enloquecido o me agarra un ataque de pánico escénico y me congelo donde esté. Por algún motivo, todo el tiempo que estuvimos en Las Violetas hablé como si esa fuese mi última posibilidad de hablar en la vida. Sólo dios sabe la cantidad de pavadas que le habré dicho en esas horas, porque lo que soy yo, no recuerdo casi nada. Ella solo atinaba a decir alguna que otra cosa.
Decidimos partir porque ella tenía una clase, me preguntó como llegaba hasta la facultad y yo, como buena caballera (?) me ofrecí a acompañarla, caminando. En esas cuadras (los que conocen Buenos Aires saben que desde la confitería hasta Filo no hay taaaaaantas cuadras) ella me hizo todas las preguntas que no me había hecho en toda la tarde, las cuales respondí, un poco a medias, un poco a la fuerza (y bueno, nunca pude hablar de mí misma así, tan abiertamente).
Al día siguiente le mandé el siguiente mail: “Antes que nada, quería decirte que la pase muy, muy bien ayer. Eso de ponerte materialidad me era necesario... me bajo mucho la ansiedad. Ahora se del otro lado del monitor hay alguien concreto, que ocupas un lugar en el espacio, que tenés voz (no mucha... =P)”
Por motivos que desconozco (la chica ha de ser masoquista nomás…) decidimos volvernos a ver, pero esta vez decidió ella el lugar. Así fue como, 15 días después, nos veríamos en La Cigale, en uno de sus martes franceses.
Llegué a mi casa triste e intrigada por saber qué paso. Me conecto y aparece ella en el msn y me dijo que había ido, que había llegado tarde (bastante tarde) y que yo ya me había ido. Claro, ¿cómo podía adivinar yo, a esas alturas, que la señorita tiene un problema casi fisiológico de impuntualidad? A partir de ese momento hice un mea culpa y asumí que mi impaciencia muchas veces raya lo intolerante, así que decidimos vernos de nuevo. Más bien, decidimos de nuevo vernos, porque no nos habíamos visto nada hasta ese entonces.
Por motivos que desconozco (la chica ha de ser masoquista nomás…) decidimos volvernos a ver, pero esta vez decidió ella el lugar. Así fue como, 15 días después, nos veríamos en La Cigale, en uno de sus martes franceses.
* Está claro que preguntó por mi nombre.
** Prohíbe fumar en los espacios públicos cerrados en el ámbito de la Ciudad de Buenos Aires.